sábado, 1 de octubre de 2016

Abrazo de Oso

Alberto era un hombre joven, cuyo hijo había nacido recientemente y era la primera vez que sentía la experiencia de ser papa, un buen día le dieron ganas de entrar en contacto con la naturaleza; pues a partir del nacimiento de su bebe todo lo veía hermoso y aun el rehuido de una hoja al caer le sonaba a lindas notas musicales, así fue que decidió ir a un bosque, quería oír el canto de los pájaros y disfrutar toda la belleza, caminaba plácidamente respirando la humedad que hay en estos lugares, cuando de repente, vio posada en una rama a un águila que lo sorprendió por la belleza de su plumaje.

El águila, también había tenido la alegría de recibir a sus polluelos,
y tenia como objetivo llegar hasta el rió más cercano, capturar un pez y llevarlo a su nido como alimento, pues significaba una responsabilidad muy grande criar y formar a sus aguiluchos para enfrentar los retos que la vida ofrece. El águila al notar la presencia de Alberto lo miro fijamente y le pregunto: ¿a donde te diriges buen hombre?, veo en tus ojos alegría.

Es que ha nacido mi hijo y he venido al bosque a disfrutar pero, la verdad es que me siento un poco confundido. Oye, pregunto el águila y ¿que piensas hacer con tu hijo? Pues ahora y desde ahora siempre lo voy a proteger, le daré de comer y jamás permitiré que pase frió, yo me encargaré de que tenga todo lo que necesite, y día con día seré quien lo cubra de las inclemencias del tiempo, voy a defenderlo de los enemigos que pueda tener y nunca dejaré que pase situaciones difíciles, es mi hijo, lo amo y no permitiré que pase problemas o necesidades como las que yo pase, nunca dejare que eso suceda, porque para eso estoy aquí, para que el nunca se esfuerce por nada y, para finalizar agrego, yo como su padre seré fuerte como un oso y con la
potencia de mis brazos lo rodearé, lo abrazaré y nunca dejaré que nada ni nadie lo perturbe.

El águila no salía de su asombro, atónita lo escuchaba y no daba crédito a lo que había oído, entonces respirando muy hondo y sacudiendo su enorme plumaje, lo miro fijamente y le dijo: escúchame bien buen hombre, cuando recibí el mandato de la naturaleza para ampollar a mis hijos, también recibí el mandato de construir mi nido, un nido confortable, seguro, a buen resguardado de los depredadores, pero también le he puesto ramas con muchas espinas y ¿sabes porque?, porque aun cuando estas espinas están cubiertas por plumas, algún día cuando mis polluelos hayan emplumado y sean fuertes para volar, haré desprender todo ese confort y ellos ya no podrán habitar sobre las espinas, eso los obligará a construir su propio nido, todo el valle será para ellos, siempre y cuando realicen su propio esfuerzo para conquistarlo con todo; sus montañas, sus ríos llenos de peces y praderas llenas de conejos, si yo los abrazara como un oso reprimiría sus aspiraciones y deseos de ser ellos mismos, destruiría irremediablemente su individualidad y haría de ellos individuos indolentes, sin ánimo de luchar, ni alegría para vivir, tarde o temprano lloraría mi error, pues ver a mis aguiluchos convertidos en
ridículos representantes de su especie, me llenaría de remordimiento y gran vergüenza, pues tendría que cosechar la impertinencia de mis actos, viendo a mi descendencia imposibilitada para tener sus propios triunfos, fracasos y errores, porque yo quise resolver todos sus problemas.

Yo amigo mió, dijo el águila, podría jurarte que después de Dios he de amar a mis hijos por sobre todas las cosas, pero también he de prometer que nunca seré su cómplice en la superficialidad de su inmadurez, he de entender su juventud, pero no voy a participar de sus excesos me he de esmerar en conocer sus cualidades pero también sus defectos, y nunca permitiré que abusen de mi, en aras de este amor que les profeso,
el águila callo, y Alberto no supo que decir, pues seguía confundido
y mientras entraba en una profunda reflexión, esta con gran majestuosidad, levanto el vuelo y se perdió en el horizonte.

Alberto empezó a caminar, mientras miraba fijamente el follaje seco disperso en el suelo, solo pensaba en lo equivocado que estaba y el terrible error que iba a cometer, al darle a su hijo un abrazo como el de un oso.

Reconfortado siguió caminando, solo pensaba en llegar a casa, con amor, abrazar a su pequeño bebe, pensando que abrazarlo solo seria por segundos, ya que el pequeño empezaba a tener la necesidad de su propia libertad, para mover piernas y brazos sin que ningún oso protector se lo impidiera. A partir de ese día, Alberto empezó a prepararse para ser el mejor de los padres.

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