Sucedió hace poco...en una tarde lluviosa me encontraba haciendo reflexiones sobre el amor. Sin quererlo mis ojos se posaron en la fotografía de mi gran amor. ¡Después en el crucifijo que tenía colgado muy cerca de mí... roto!. Inevitablemente recordé aquel día cuando cegado por la ira, lo destrocé.
Fueron tantas veces que le pedí al Cristo que me miraba, que aquella mujer fuera buena, que me amara como yo la amaba, que fuera mía para siempre y así, se cumplieran mis ilusiones. Pero un día... un amargo día, con la esperanza de volcar en ella mi amor, la sorprendí en brazos de mi mejor amigo. Corrí desesperado, no sé cómo llegué a mi casa, comencé a gritar y a destrozar todo, cuando llegué al Cristo, lo tomé con furia, lo arrojé al suelo, diciendo: ¡Tú tienes la culpa!, tantas veces te pedí que me permitieras conocer el verdadero amor, ¡mírame ahora con el alma rota!
No sé si fue un milagro, un sueño, o no sé qué, el caso es de que aquel Cristo moribundo y roto brotaron estas palabras: "Hijo mío, ahora más que nunca te amo, porque estás tan indefenso, tan débil, confundido. ¡La prueba es grande pero mi amor por ti es más!. Morí en la cruz por aquellos que como tú, son como la nube. Sigue mis pasos, entre más sufras, mayor será tu recompensa. .."
Comencé a temblar, me arrodillé, tomé al Cristo roto entre mis manos y lloré como niño. ¡Perdóname Díos mío, perdóname! Una luz intensa brilló, me desvanecí, al despertar, me di cuenta que todo lo que había tirado estaba en su lugar; en la pared aquel Cristo roto que me miraba y sonreía con dulzura.
Hoy ha pasado el tiempo, es verdad, Cristo borró de mi mente la amargura y el deseo de venganza. He vuelto a creer en el amor, y cuando siento debilidad, mi Cristo roto me consuela, lo contemplo y le digo:
¡Gracias Señor!
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